Cecilia González
Filia Dei
Y llegamos al 2025, el año que muchos esperan porque tienen una esperanza, que la magia electoral cambiará nuestro futuro en un abrir y cerrar de ojos. Desde el año pasado, no dejo de escuchar que es bueno que este año habrá elecciones, “así ya se van estos”.
Ojalá fuera así de sencillo. Muy ingenuos o realmente se ignora mucho del contexto general en que estamos. Y tenemos una gran cantidad de jóvenes que este año acceden también a poder votar. Pero la gran encrucijada sigue siendo ¿por quién se votará?
La promesa de que se arme una oposición seria, ya se esfumó a la primera posibilidad de seguir alimentando egos personales. Y ante la posibilidad de que realmente cualquiera en este país se puede postular, sin importar si está o no capacitado, vamos a terminar fácilmente con más de 8 candidatos en una boleta.
Ya existen por ahí también algunas promesas electorales. Algunas cargadas de éxito inmediato, otras sin mucho sustento y pronto abundarán aquellas jaladas de los pelos. Pero para variar, estas en general tienen poco peso al momento de preguntar el por qué un votante elige o tiene preferencia por alguno de los candidatos. Generalmente priman razones muchas veces superficiales en la decisión.
Las propuestas gubernamentales de los candidatos electorales en Bolivia para 2025 muestran una preocupante omisión en el desarrollo de capacidades científicas y un tratamiento superficial del tema tecnológico. Esta falencia es grave porque la ciencia, la tecnología y la innovación (CTI) son pilares fundamentales para el desarrollo sostenible, la soberanía tecnológica y la transformación económica del país.
Bolivia, como muchos países de la región, enfrenta el desafío de superar su dependencia tecnológica, diversificar su matriz productiva y energética, algo que solo es posible con una política pública sólida en CTI que impulse la investigación, la formación de talento especializado y la innovación aplicada a sectores estratégicos. De hecho hace décadas que como país no contamos con políticas claras establecidas en áreas clave como es la biotecnología/recursos genéticos, agropecuaria e incluso turismo.
Ignorar estos temas en las agendas políticas afecta directamente a la sociedad en su conjunto, pero especialmente a los jóvenes, investigadores, emprendedores y sectores productivos que podrían beneficiarse de un ecosistema científico-tecnológico robusto. La falta de inversión y planificación en CTI limita la capacidad del país para enfrentar retos como la pobreza, la desigualdad, las variaciones climáticas y la brecha digital, además de dejar a Bolivia en una posición de vulnerabilidad frente a modelos externos de desarrollo tecnológico que no siempre priorizan el bienestar social.
El camino que Bolivia debe seguir es claro: integrar la ciencia y la tecnología como ejes transversales en las políticas públicas, con un enfoque inclusivo y sostenible. Esto implica fortalecer el Sistema Boliviano de Ciencia, Tecnología e Innovación, fomentar la colaboración entre universidades, sector productivo y gobierno, y garantizar recursos para la formación y especialización profesional. Pero como repito en varias charlas, esto va más allá de un texto simpático en papel o un par de normativas. Se debe plantear toda la articulación y gestión para llevar adelante acciones concretas.
Es imprescindible articular estas políticas con la agenda internacional, aprovechando alianzas estratégicas que promuevan la soberanía tecnológica y la innovación al servicio de la sociedad. De lo contrario, las propuestas redundantes que vemos, caerán en más de lo mismo.
La ciudadanía debe dejar de ver las elecciones como una vara mágica y también exigir que sus candidatos sean serios y dejen el afán de protagonismos sin planes concretos y reales.