Javier Medrano / Periodista y cientista político
La migración intensa, la apertura de restaurantes de todo tipo y oferta gastronómica –desde comida india hasta la oferta de cocina de fusión de un majao–, la apertura imparable de innumerables patios de comida –todos iguales y comunes–, la estandarización de servicios de tiendas, cadenas y marcas globales; la epidemia del fast food y la casi estandarización de microurbes regadas a lo largo de todos los anillos de Santa Cruz, sin identidad ni diferenciación, están borrando aquello que es distinto. Aquello que es único. Todas las ofertas urbanas presentan los mismos colores, los mismos ambientes e incluso los mismos biotipos de personas detrás de los mostradores.
Hemos entrado en la era de la “urbanalización”. Una especie de urbanización con la suma de lo banal. El término lo acuñó el geógrafo Francesc Muñoz, que plantea que las grandes capitales europeas presentan paisajes comunes, lugares globales que han dado lugar a una suerte de réplicas paisajísticas en cada ciudad, por causa de la globalización y de la banalidad. Todas estarían abrazando este fenómeno, donde todo parece igual y nada debe o debería estar “fuera de su lugar”.
La “urbanalización”, para este geógrafo, es un fenómeno que explicaría, además, por qué hay esa tendencia de que los centros de las principales ciudades europeas se estén mimetizando. Suena extraño y difícil de aceptar. Cualquiera diría no es lo mismo caminar por la rambla barcelonesa, pasear en el Tranvía 28 de Lisboa o pedalear por el centro de Londres. Sí, es correcto. Pero en cada esquina, plaza o centro comercial, encontraremos exactamente lo mismo. Los mismos fast food, las mismas marcas de café, las mismas tiendas y los mismos biotipos de gente atendiendo a toda esa marea de turistas y locales. Todo igual.
Esta es la tesis de Muñoz, que sostiene que es importante reconocer que las ciudades se desarrollan como elementos diferenciadores de sus territorios, donde su propia historia y habitantes definen –como diría Baudelaire– palimpsestos únicos e identificables, pero que en la actualidad las fuertes e inevitables dinámicas económicas y sociales hacen que todos los paisajes urbanos sean clónicos y ya no únicos.
Santa Cruz de la Sierra está en esa búsqueda de identidad o rescate cultural. O ambas. Sin duda alguna; pero no escapa a esta “urbanalización”. Y es, quizás, la ciudad que con mayor vértigo se ha lanzado a esta repetición de sitios, lugares y ofertas culinarias con las mismas prestaciones de servicios y productos. Una suerte de “gastrificación”, donde todos comen lo mismo, en cualquier restaurante, plaza de comida o boulevard.
Las marcas, nacionales e internacionales, sólo hacen su trabajo y de una manera muy eficiente. Son ajenas a las particularidades culturales de la arquitectura o del espacio público, e imponen su propio universo con estéticas e identidades seriadas, obviando y desvirtuando el paisaje histórico urbano. Es la factura de la modernidad y de un crecimiento económico imparable.
El espacio público se ha transformado en un escenario para el consumo y el ocio, adaptándose a estas formas homogeneizadas, estandarizadas que pretenden satisfacer nuevas demandas, tanto del turismo interno como del exterior, pero de la misma manera y forma.
De un capitalismo, que siempre promete la capacidad de elección y de diversidad constante de producto servicios, al final estamos siendo condenados a la unificación y a la homogeneización de todo y para todos.