Cecilia González
Filia Dei
La semana pasada, hacía un poco de eco la noticia de que la primera tripulación femenina había realizado con éxito su corto vuelo al espacio. Las seis mujeres que marcaron historia son: Aisha Bowe, ingeniera aeroespacial y defensora de la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM); Amanda Nguyễn, científica investigadora en bioastronáutica y activista; Gayle King, copresentadora del programa ‘CBS Mornings’; Katy Perry, cantante y compositora; Kerianne Flynn, productora de cine; y Lauren Sánchez, ex periodista y prometida de Jeff Bezos, el fundador de Blue Origin.
El corto vuelo que ascendió unos 100 kilómetros fuera de la Tierra y duró menos de 15 minutos en completarse, ha sido presentado en la prensa extranjera como un tremendo logro y cual si fuera un avance. Lo que queda claro es que la compañía de Jeff Bezos está lista para monetizar una excentricidad más, propia de los que no saben ya en qué gastar su fortuna. Esta moda que intentan posicionar tanto Bezos como Elon Musk, a través de los vuelos comerciales fuera del planeta, debería cuestionarnos un poco el propósito, fuera del comercial que tiene esta actividad.
Tampoco faltaron otras críticas desde otros aspectos. Varios medios sensacionalistas, intentaron pasar este vuelo como algo novedoso, cuando la realidad es que cada vez más mujeres ya han estado dejando más marcas en esta área. A lo largo de la historia, varias mujeres han dejado una huella profunda en la exploración espacial.
Valentina Tereshkova fue la primera mujer en volar sola al espacio en 1963, abriendo un camino que después seguirían pioneras como Sally Ride, la primera estadounidense en el espacio hace 42 años, Eileen Collins, la primera comandante de un transbordador espacial hace 26 años, y Peggy Whitson, quien ostenta el récord del mayor tiempo acumulado en el espacio con 675 días.
Más recientemente, Christina Koch y Jessica Meir protagonizaron la primera caminata espacial exclusivamente femenina en 2019, y el programa Artemis de la NASA promete llevar a la primera mujer y a la primera persona negra a la superficie lunar, marcando hitos que realmente amplían los horizontes.
En contraste, el vuelo de Blue Origin de apenas 11 minutos y con boletos que requieren depósitos de $150,000, parece más un espectáculo mediático y una experiencia de lujo que un avance significativo científico. La frivolidad de este turismo espacial radica en que, mientras las verdaderas pioneras enfrentaron desafíos técnicos, físicos y sociales para expandir los límites de lo posible, estos vuelos comerciales se enfocan en el entretenimiento y la exclusividad, diluyendo el significado de lo que realmente implica “hacer historia” en el espacio[1].
Un último aspecto que se discutió en el club de conversación en inglés para áreas STEM, fue el impacto ambiental de este tipo de vuelos. Estos lanzamientos, como el de Blue Origin o Virgin Galactic, liberan contaminantes como el carbono negro en las capas altas de la atmósfera, donde su efecto de calentamiento es hasta 500 veces mayor que a nivel del suelo, y contribuyen a la erosión de la capa de ozono. Si bien la huella de carbono total de estos vuelos aún es menor que la de la aviación comercial global, el crecimiento del turismo espacial podría convertirlo en un problema ambiental relevante en el futuro.
El hecho de que unos pocos gasten fortunas y generen emisiones desproporcionadas en nombre del entretenimiento, mientras la mayoría debe hacer sacrificios para mitigar la crisis climática, revela una brecha de justicia ambiental y una doble moral difícil de ignorar. Esta frivolidad, disfrazada de avance tecnológico, pone en entredicho el discurso de responsabilidad ambiental de quienes más contaminan y más poder tienen para cambiar el rumbo del planeta.
[1] https://time.com/7277148/blue-origin-nasa-women-space-travel/