ECOSISTEMAS. Estos insectos son esenciales para la producción de alimentos y para la sobrevivencia de numerosas especies.
Karina Vargas Alba
Las abejas son esenciales para la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas, pero también para la producción de alimentos y la generación de ingresos en las comunidades a través de la producción de miel y derivados. En Bolivia, paulatinamente aumentan los proyectos de producción agroecológica, que integra al bosque y otras actividades, pero aún es necesario establecer condiciones adecuadas para su desarrollo y generar un consumo responsable y un precio justo.
Hoy, 20 de mayo, es el Día Mundial de la Abeja. La fecha busca crear conciencia sobre la importancia de los polinizadores -que incluye a otras especies como murciélagos, mariposas y colibríes-, las amenazas que enfrentan y su contribución al desarrollo sostenible. El objetivo es fortalecer las medidas destinadas a protegerlas, lo que contribuiría significativamente a resolver los problemas relacionados con el suministro mundial de alimentos y eliminar el hambre en los países en desarrollo.
Estos números demuestran su importancia. Casi el 90% de las especies de plantas con flores silvestres del mundo dependen, total o al menos en parte, de la polinización animal, junto con más del 75% de los cultivos alimentarios y el 35% de las tierras agrícolas del mundo. Por ello, la abeja es calificada como “el ser vivo más importante para la humanidad”.
Este lunes se realizó el webinar «Abejas y Vida: su vuelo, nuestro futuro» -organizado por Nativa, Agrónomos y Veterinarios Sin Fronteras (AVSF), Cosecha Colectiva y Swisscontact- para reflejar cuál es la situación en Bolivia, analizando el marco normativo y experiencias exitosas en diferentes regiones.
Llamado a los jóvenes
Este año, este día llegó con un especial llamado a los más jóvenes. “Compromiso con las abejas de la mano de la juventud”, es el lema que estableció Naciones Unidas y que busca comprometer a las nuevas generaciones con su protección, como un elemento esencial para la vida futura.
Valeska De Cárdenas, es bióloga y miembro de Ciencia Molotov, un colectivo juvenil que busca transmitir de manera creativa y en un lenguaje coloquial los temas de la naturaleza. En estos días se han enfocado en el aporte de las abejas que, por ejemplo, se puede transmitir a los más pequeños a través de juegos como Bee Simulator, pero también en experiencias como el ecoturismo.
La bióloga explicó que en Bolivia se han identificado alrededor de 200 especies de este insecto, entre las cuales la más conocida es la “Apis Mellifera”, y que brindan servicios ecosistémicos a través de la polinización. Por ejemplo, posibilitan la reproducción de muchas especies de flora, garantizando la alimentación de diversos animales. Además, generan sistemas de producción, a través de su miel y derivados; pero también inciden en la calidad de los productos, contribuyendo a la seguridad alimentaria.
De Cárdenas citó el ejemplo de la naranja, pues si las abejas son parte del proceso de polinización, el rendimiento aumenta un 26%, y cada fruto pesa, en promedio, un 6% más y genera un 11% más de jugo. Otro ejemplo, es el de la especie “megachile”, que existe en el país y que en países vecinos se utiliza para aumentar la producción de alfalfa.
Los productores de papa en Bolivia tienen una abeja muy apreciada, la “Bombus opifex”. Tiene una preferencia por la flor del tubérculo y gracias a su especial zumbido, logran que la planta las reconozca como mejores polinizadoras, generando más polen.
La ley y la agroecología
El país cuenta con una serie de normativas que impulsan la producción agroecológica y, en muchos casos, la protección de las abejas. Anabel Pacosillo, de la Unidad de Coordinacion del Consejo Nacional de Producción Ecológica del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, explicó las normativas que existen y cómo se están aplicando en el marco de proyectos de agroecología y de apicultura. La Ley 3525 fue aprobada en 2006 y busca regular, promover y fortalecer la producción agropecuaria y forestal no maderable ecológica. Esto implica la producción de alimentos inocuos, de calidad y accesibles, los que acceden a un sello ecológico.
Para ello, la ley creó los Sistemas Participativos de Garantía (SPG). En la actualidad son 74 y funcionan en 81 municipios, alcanzando a 515 comunidades. Un 24% de estos municipios desarrollan proyectos relacionados con la apicultura, lo que implica resguardos en cuanto a la ubicación de las colmenas y el acceso a agua, la distancia mínima entre cultivos convencionales y potenciales fuentes de contaminación, priorizando las zonas de cultivos ecológicos o de vegetación silvestre. También deben garantizar la sobrevivencia de las colmenas durante el invierno.
Destacó las experiencias que se están desarrollando en zonas como Palos Blancos, Achacahi y Coroico, en La Paz; Tiquipaya y Sinahota, en Cochabamba; Padcaya y Cercado, en Tarija; y Huacareta y Macharetí, en Chuquisaca; y el trabajo junto a la Asociación Departamental de Apicultores de Santa Cruz (Adapicruz). En conjunto, los diversos proyectos comprenden más de 7.000 colmenas y en 2023 produjeron más de 103 mil kilos de miel.
Experiencias exitosas
La producción ecológica de miel y derivados en el país va aumentando no sólo en volumen, sino en calidad y diversidad. Guido Saldías es apicultor desde hace casi 20 años y combina su trabajo como técnico de Nativa con el negocio familiar, que produce con la marca “Colmenares de Monte” en Yacuiba, en el chaco tarijeño.
“Ha sido un proceso de aprendizaje. En el trabajo de campo hemos notado que la abeja es un bioindicador. Donde están, hay vida. En la llanura chaqueña, con sequía, bajas precipitaciones y con poca flora, se generar un espacio para una apicultura que estamos trabajando en reciprocidad con la abeja y buscando la sostenibilidad de la producción”, dice Saldías.
Esto le permitió avanzar en el emprendimiento familiar junto a su esposa, y han constatado cambios en la zona de producción, como la presencia de agua de manera permanente. Esto ha sido consecuencia del manejo adecuado, que siguen aprendiendo, y de generar condiciones para la labor de las abejas, y “trabajar con ellas”.
Los resultados se vieron a fines de 2023, cuando su miel ganó el concurso mundial de Apimondia, al que llegaron con dos muestras de miel de la cosecha de noviembre de 2022. Ganaron entre 196 muestras, probando que “tiene la mejor calidad del mundo” y es producto de un buen manejo del bosque, la capacitación y los adecuados procesos de cosecha.
Melimel es otra empresa que apuesta por la innovación y el desarrollo rural. Con más de 20 años de experiencia, trabajan en diferentes proyectos con la premisa de “salvar a las abejas”, impulsando ecosistemas saludables, que respeten los bosques y la diversidad. Un proceso complejo en un país como Bolivia, que es el tercero en deforestación a nivel mundial y que sufre un deterioro de sus suelos.
Venko Simeonov, fundador de Melimel, insistió en la necesidad de promover la conservación a través de la apicultura, entendiéndola como una fuente de ingreso que puede ser sostenible y rentable. En la Chiquitanía desarrollan un proyecto centrado en la producción de propóleo, el cual se combina con otros productos del bosque para diversificar su oferta.
En Los Yungas y Cochabamba están evaluando la producción de propóleo en sembradíos de “tula” o “Baccharis”, una especie que es muy buena para regenerar la tierra y permitiría reemplazar cultivos de coca.
Además, han iniciado un proyecto con Laboratorios Terbol y que contempla la instalación de 150 colmenas en un terreno de 4.000 hectáreas que estaban dedicadas a la ganadería. El objetivo es diversificar las actividades ligadas al bosque, con más de mil árboles de copaibo o almendra chiquitana, creando “cordones con plantas silvestres para apoyar el trabajo de la colmena y su rol como bioindicador”.
“Hay que dejar de pensar en la miel sólo como un alimento energético y que se vende a granel. Hay que darle un propósito, una historia, una causa: la de preservar nuestros bosques y buscar maneras de regenerar la tierra”, afirmó Simeonov.
Un trabajo que apenas comienza y que nunca podrá alcanzar el ritmo que existe al interior de una colmena, donde miles y miles de abejas se esfuerzan para recuperar el polen y el néctar que encuentran a su paso, en un radio de aproximadamente tres kilómetros, en una labor que sólo acaba con su muerte, lejos de la colmena.