A lo largo de mi trabajo junto a poblaciones indígenas, he vivido momentos que llenan mi mente de hermosos recuerdos. Uno de los primeros es mi llegada a la comunidad Yuracaré del río Chapare. Ese día, un grupo de niñas y niños, vestidos con tipoyes de corocho y trajes de animales hechos de papel y cartón, danzaban representando la vida del bosque. Era una escena llena de alegría y con mucho significado, un reflejo de su conexión con la naturaleza.

En muchas oportunidades me ha encantado la curiosidad de las y los niños de las comunidades. Cuando despliego el dron para tomar imágenes aéreas o fotografío distintos paisajes del bosque con mi cámara, siempre aparecen pequeños espectadores con preguntas y exclamaciones llenas de asombro: “¿Con eso se puede ver todo desde el cielo?”, “¿vas a hacer una película de nosotros?”, “¡qué lindo, vuela muy alto como un pájaro!”.

Pero el encanto de la infancia en estas comunidades no solo está en su curiosidad y alegría. También está en su compromiso con el bosque, su hogar. Mientras en la ciudad los niños juegan en parques y plazas, en las comunidades indígenas los ríos son sus piscinas, los árboles sostienen sus columpios y les proveen alimento y refugio.

En la Chiquitanía, durante la temporada de incendios del año pasado, en la comunidad de Quitunuquiña, organizada en brigadas comunales para combatir el fuego que amenazaba su territorio, conocí a Junior, un adolescente que, sin miedo alguno, colaboraba en la extinción del fuego. En entrevistas otorgadas a varios medios de comunicación, contaba su sueño de ser bombero profesional para proteger a su comunidad y defender el bosque. Como él, muchos adolescentes se suman a las brigadas comunales, asumiendo desde temprana edad un rol activo en la conservación de su entorno.

El bosque no solo es su hogar, también es su fuente de vida. Proporciona alimentos y recursos esenciales para las familias indígenas. En las capacitaciones sobre cadenas de valor del bosque, pude evidenciar la misma curiosidad y entusiasmo en los niños, ya sea aprendiendo cómo cuidar los recursos naturales o participando en la cosecha de frutos y alimentos, con la esperanza de un futuro en el que sus padres puedan generar ingresos sin destruir la naturaleza.

Cuidar el medio ambiente no es solo proteger la fauna silvestre o los ecosistemas que nos rodean. Es también velar por las familias que dependen del bosque, por los niños y las niñas que lo ven como su escuela, su parque, su mundo.

¿Recuerdas cuánto te divertías en tu niñez?

En unos días celebraremos el Día del Niño en Bolivia y, en mi mente, están y estarán presentes las sonrisas, la felicidad y la curiosidad de los niños de las comunidades indígenas y campesinas. Su mundo está lleno de vida, pero también de desafíos. Por ellos, debemos cuidar su hogar, promover el consumo de productos del bosque para fortalecer la economía de sus familias y apoyar toda iniciativa educativa que los ayude a crecer con oportunidades.

Cuidar el bosque es cuidar la infancia de miles de niñas y niños en Bolivia.

*Esta columna se publicó inicialmente en La Razón