Wara Cardozo convierte la basura en arte para crear conciencia ambiental

INTERPELACIÓN. La artista desafía a tomar conciencia de la responsabilidad social individual.

Unas cáscaras de huevo, las tapas de cientos de botellas, los restos de lápices de colores y las argollas que rodean los envases de vacunas, se convirtieron en obras de arte que conectan con la naturaleza y la necesidad de impulsar un consumo más consciente, mirando el legado de los ancestros y valorando el trabajo que hay detrás de cada prenda u objeto.  Un espacio para entender la “responsabilidad social individual”, lo que cada uno puede hacer para contribuir a la sostenibilidad desde su propio entorno.

La artista Wara Cardozo encontró en la reutilización de estos objetos, el camino para hacer arte con elementos que se iban a convertir en basura y los conectó con potentes mensajes, los que toman fuerza en este Día Mundial del Reciclaje, que también impulsa la prácticas que permitan reutilizar lo que habitualmente se va a la basura. Conocer, tocar e hilar el algodón en Santa Ana de Velasco, le permitió poner en valor el trabajo y todo lo que hay detrás de cada prenda, incluyendo cómo influyen el clima y el agua para que ese material sea posible.

Descubrir el proceso de hilado, le permitió poner en valor todo el trabajo y esfuerzo que puede haber detrás de una prenda.

Hace unos días, en un conversatorio realizado en la sede de Santa Cruz de la Universidad del Valle (Univalle), Cardozo explicó que su relación con el algodón había empezado antes, durante sus primeros años en Santa Cruz, cuando decidió incorporar los copos de algodón del toborochi en la actividad que desarrollaba con sus alumnos en un colegio local. Pero fue junto a las tejedoras chiquitanas que descubrió “el largo camino de hacer un hilo, desde hilar hasta el momento de ensartar la aguja” y, por ejemplo, comprobó que ninguna mota daba la misma cantidad de hilo y que preparar un ovillo, le tomaba entre 40 a 50 minutos.

En “Oráculo amarillo” reunió más de 7.000 tapas de cerveza, las que consiguió en Medellín, Colombia, resultado de una residencia artística. El total de esas tapas, es lo que un ciudadano promedio consumiría aproximadamente a lo largo de 40 años, generando una tapa corona como residuo por día. Esta obra es una representación de “pequeños ojos que cuestionan”.

Siete mil tapas de cerveza dieron forma a este «oráculo» que cuestiona sobre los hábitos de consumo.

También junto a sus alumnos, decidió recuperar los restos de lápices de colores, incluyendo el material que se genera al sacarles punta. Los pequeños lápices de menos de tres centímetros, se fueron combinando en el orden que los niños suelen usarlos al pintar un paisaje. Así nació “Basura bellamente empacada”, un trabajo que rescató el valor de materiales que aún se podían utilizar y que le permitieron mostrar “la otra cara de los residuos”.

La recolección se hizo durante 100 días, incluyendo la viruta, las puntas y el polvillo, los que se colocaron en envases usados y que fueron rescatados del comedor del colegio. “Con esto los invito a imaginar, por ítems, las cantidades catastróficas de residuos que generamos en nuestro caminar por la vida sin ejercer nuestra responsabilidad social individual. Somos cada uno de nosotros quienes decidimos qué consumir y cómo gestionar el residuo”.

Cientos de cáscaras de huevo son el centro de su obra “Despertar de la consciencia”, donde busca “establecer una empatía ecológica con aquello que hemos dejado de mirar es vital para fortalecer nuestras colectividades con las plantas, animales, con el aire, el agua, la tierra y con nuestros pares”. Una forma de demostrar que “todos dependemos de todos, que lo lineal no existe y que todos somos cómplices de la circularidad de la vida”.

Wara ha trabajado con otros elementos como el cabello humano. En la Manzana 1 se pudo apreciar su obra “Las ausentes”, que realizó durante la segunda ola del Covid-19, a partir de recolectar su propio cabello, con el que elaboró un entramado con vacíos que representan la “ausencia que dejó cada mujer que fue víctima de maltrato y feminicidio en los días de encierro viviendo con el enemigo”.

El toborochi sigue llamando su atención. A través de los años ha ido recolectando los capullos en las calles de la ciudad y asegura que el verdadero arte fue esperar, año tras año, que “el fruto del árbol explosionara y mostrara  sus aterciopleladas fibras, tan suves como la seda”.